miércoles, 23 de noviembre de 2016


     LA RITA QUE YO CONOCÍ

     Me pongo a escribir estas líneas al escuchar la muerte de Rita Barberá, ya que a mi memoria han llegado muchas imágenes, momentos y vivencias  que tuve la oportunidad de compartir con la fallecida. Mi relación con ella se debe a mi presencia como miembro de la ejecutiva de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) en el periodo comprendido entre 1999 y 2003, siendo Rita presidenta de esa institución. En aquella ejecutiva convivíamos 25 alcaldes y alcaldesas de todos los signos políticos: Populares, socialistas, de Izquierda Unida, del Partido Aragonés Regionalista, de Coalición Canaria y del Partido Andalucista, al que yo representaba. Empezábamos tomando un café, después discutíamos, exponíamos nuestros distintos puntos de vista sobre los asuntos que se sometían a debate y votábamos, casi siempre con acuerdo final entre todos, ya que la presidenta, Rita, se empeñaba en que los acuerdos fueran por consenso. Diciéndonos siempre que el municipalismo y los intereses de nuestros pueblos y ciudades debían estar por encima de los intereses partidistas. Se esforzaba en ello y casi siempre lo conseguía.

     Era una mujer afable, educada, respetuosa, cariñosa, trabajadora, preparada y que le ponía pasión a lo que hacía. Tenía siempre a Valencia en la boca y contaba y volvía a contar las excelencias de su ciudad, de la que siempre fue una embajadora excepcional.

      Al ser mi recuerdo de ella tan grato, tan entrañable, me ha resultado doloroso verla en los últimos años sola, abandonada por los suyos como si tuviera una enfermedad contagiosa. Ella, que siempre aparecía por los sitios como un torbellino, rodeada de gente. Y sola se ha muerto. Pero eso sí, sin dejar indiferente a nadie. Ahora vendrán los golpes de pecho de los que no hace mucho le retiraron el saludo en público, de los que una conversación con ella podía estropearles su carrera política, los halagos de los que la empujaron al borde del precipicio, en un país donde los titulares de cualquier periódico, las imágenes sensacionalistas de las televisiones o el vocerío de unos tertulianos revestidos de Torquemada, tienen más importancia que el veredicto de los jueces.

      Fue una mujer valiente que vivió rodeada de gente y murió sola. Que levantó pasiones. Y hasta el odio de aquellos que nunca la conocieron.

      Descanse en paz.

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