viernes, 13 de mayo de 2016

     YA ESTÁ EL PÁJARO METIDO EN LA JAULA

     Cuando un grupo de profesores de la Universidad Complutense liderados por Pablo Iglesias, pusieron en marcha un nuevo proyecto político, lo hicieron no con la idea de influir  en la política española, ni siquiera para alcanzar ciertas cuotas de representación en Ayuntamientos o Parlamentos. No. Iniciaron el camino que les conduciría a la Moncloa. Es decir, nacieron con la vocación de gobernar a nuestro país. Para ello tenían que salvar dos obstáculos. El primero fagocitar a IU, cosa que se acaba de producir, no sin antes haberla superado en escaños y votos en las elecciones del 20-D. El segundo superar al PSOE, y una vez conseguido, sustituirlo como partido referente de la izquierda o centro-izquierda, y posteriormente disputarle el poder a la derecha. Igualmente, se haría imprescindible lo que nunca consiguió el PSOE: Aglutinar a todos los partidos y movimientos regionales progresistas, las autodenominadas confluencias. Todo ello es ya un hecho. Sólo faltan las urnas para certificar el éxito.

     Pero para conseguirlo es necesario algo más: Un programa ambiguo, con pocas concreciones y adaptable a cada circunstancia, sector o territorio. Pero al mismo tiempo, duro y muy crítico con aquellos sectores minoritarios a los que se les culpabiliza de todos los males de la sociedad. Eso sí, dirigiéndose a éstos genéricamente , para que cada ciudadano molesto o cabreado con la situación en la que viva, le ponga el nombre y apellidos que más le convenga. Así arremeten duramente contra el IBEX-35, los banqueros, los medios de comunicación contrarios al cambio, etc. Y siempre lanzando eslóganes fáciles de entender, que no hagan pensar o reflexionar a las personas. 

     Pero todo ello no sería posible sin una política de comunicación acertada. Sin televisiones, radios, periódicos y "tertulianos voceros" que aireen a los cuatro vientos la buena nueva, la llegada de los que de verdad representan "a la gente". Ya no escuchamos hablar de obreros, de clase trabajadora, de sindicalismo de clase, de república, de laicismo. Todos los términos que puedan ser excluyentes han desaparecido del lenguaje de los que dicen representar a la gente. Se trata de no perder ni un solo voto. De generar las menos antipatías posibles. Los acuerdos entre fuerzas políticas no se firman sino que se celebran en la calle con un botellín en la mano. Y por supuesto la palabra izquierda desaparece del nombre de la coalición.

     ¿Tan mal lo han hecho los partidos clásicos para que surja este movimiento con tanta fuerza? Mal, no. Peor. Sobre todo la izquierda socialdemócrata, que tendrá que reconstruirse tras este tsunami que está a punto de malherirla.

     Empieza el juego a la búsqueda del trono. ¿He dicho juego y trono? Vaya. El subconsciente me ha traicionado.