jueves, 13 de noviembre de 2014

CATALUÑA INDEPENDIENTE

   En mi casa hemos declarado la independencia de Cataluña. Sí, no se sorprendan. Hemos decidido que Cataluña tiene que independizarse, y así cuando pongamos la televisión, no oiremos hablar de ella más que lo necesario: la corrupción en la familia Pujol, la amenaza de convocatoria de elecciones plebiscitarias del señor Mas, las primeras dudas sobre el míster del Barça, o ahora que se acercan las navidades, los anuncios sobre el cava. O sea, lo imprescindible. 
     Y esto lo hacemos porque estamos hartos de que sintonices la emisora que sintonices, sólo se hable del "problema catalán", como si los problemas sociales, educativos, sanitarios o laborales del resto del país, fueran pecata minuta ante el tan manido "encaje de Cataluña en España". Por nuestra parte que se desencajen si quieren, pero que dejen hueco en los medios de comunicación a los otros problemas ciudadanos. 
     No estamos dispuestos a perder más  tiempo en escuchar esos debates/tertulias estériles, donde parece que escogen a los que participan en ellos según la predisposición que tengan a alzar la voz, es decir, para gritar al mejor estilo Belén Esteban. Da igual la cadena de televisión a la que te conectes, da igual que sea pública o privada. En todas se habla de lo mismo: De Cataluña. Han pasado de Podemos a Cataluña, con la misma facilidad que cambian los de IU de siglas y de estrategias. Antes PCE, después IU, ahora IA, mañana Ganemos. En fin, será por cambiar.
     A lo que iba. En mi casa hemos declarado la independencia de Cataluña, porque estamos hartos de los silencios de Rajoy, de las dudas de Sánchez, del autoritarismo de Díez, del Estado federal asimétrico, de las balanzas fiscales (¿nos deben o les debemos?) y de las respuestas en nombre del Gobierno de España a los asuntos de la Comunidad catalana de Pérez Camacho, como si fuera la portavoz de aquél.
     Y  hemos declarado la independencia de Cataluña, sin considerar si lo del domingo 9-N fue un referéndum, un simulacro de referéndum o una manifestación cívica con cajas de cartón receptoras de papeletas. Ni siquiera porque consideremos que dos millones de voluntades independentistas sean muchas. Sobre todo lo hacemos para que nos dejen tranquilos y podamos pensar o hablar cuando lleguemos al trabajo, al bar o a la escuela de otras cosas: el paro que no termina de descender de verdad, la nueva recesión económica que se  avecina, el deterioro de los servicios públicos, el invierno tan lluvioso que se  presenta o los beneficios fiscales en Luxemburgo de los que se aprovecharon durante años múltiples empresas. Sí, Luxemburgo, el país donde gobernaba  Juncker  (dando ejemplo, vamos).
      Aunque hemos de reconocer, que también lo hacemos porque creemos en el derecho de la gente a decidir su futuro o el de su pueblo, siempre que lo haga de forma pacífica; y hartos de aquellos que agarrados a una Constitución que incumplen sistemáticamente, niegan el valor de la política, el diálogo y la diplomacia, que fueron creadas nada más y nada menos, que para evitar las guerras.