jueves, 23 de abril de 2020

MEMORIA DE LA ÉTICA. EMILIO LLEDÓ

El gran filósofo andaluz, hace girar su obra en torno a la ética. La ética del individuo en relación con los demás, con la sociedad a la que pertenece y por ende la relaciona con lo público, con la política. Haciendo honor a los grandes maestros griegos Platón y Aristóteles, da un repaso a las actitudes y comportamientos de los seres humanos. Mantiene que ninguna persona está por encima del bien común que se haya dado la colectividad. Si la sociedad se da unas normas de comportamiento general, las personas de forma individual deben respetarlas. Lo contrario sería ir contra las normas que se ha dado la sociedad en la que vive, de la que participa y se beneficia. Tienen actitudes poco éticas, aquellos que aceptan solo la parte de las normas que les benefician e incumplen las que no les gustan o les perjudican.Por un lado, la aceptación de las normas es un comportamiento ético; y por otro lado también resulta legítimo el deseo o el compromiso de proponer a la comunidad otras normas para que ésta las valore, sopese y en su caso las incorpore.
Otra de las ideas sobre las que bascula la obra de Lledó, es que tiene que prevalecer el "hacer" frente al "querer" o "desear". Las personas nos manifestamos a menudo sobre lo que nos parece bien o mal. En muchas ocasiones hacemos bandera de causas que consideramos justas o buenas para la sociedad, pero según el autor, ese deseo que en principio puede considerarse positivo, deja de serlo si no se corresponde con los hechos. En nuestra sociedad estamos acostumbrados a deseos o reivindicaciones que a fuerza de repetirlas, terminan convirtiéndose en eslóganes. Y eso se produce porque no van acompañadas de hechos. Por ejemplo: Si pedimos que no haya nadie sin vivienda y resulta que nosotros tenemos alguna deshabitada, nuestra petición se queda en un simple eslogan, porque no la acompañamos de los hechos. Lledó dice que somos lo que hacemos, no lo que decimos o deseamos.
Asimismo para nuestro filósofo, la ética o la bondad, no es algo que nosotros podamos atribuirnos a nosotros mismos, sino que tienen valor cuando son los demás los que nos la atribuyen. Pasa igual con el liderazgo. Muchos se proclaman líderes de algo. Craso error. El liderazgo solo tiene valor cuando son los demás los que se lo atribuyen a alguien. El bien no puede plantearse de una forma abstracta o vacío de contenido, sino que debe tener un fin y beneficiar a alguien o a muchos. Por eso la demagogia no se sostiene ante la ética. Lo que nos lleva a enlazar la ética con lo colectivo, con la política. No vale que los que dirigen a los grupos digan lo que van a hacer y las bondades de sus obras futuras; solo tiene valor lo hecho que beneficie a la colectividad. 
De igual modo, las personas justas son aquellas que practican la justicia. Los carpinteros son los que hacen muebles, los mecánicos los que arreglan vehículos y los taxistas los que transportan a personas en vehículos. Pues el justo es igual. Justo es el que practica la justicia. Nos encontrarnos a menudo con personas que se llaman a sí mismas justas, pero que sin embargo anteponen su interés o el del grupo al que pertenecen por delante del interés colectivo. Esas personas, por muy justas que se autodenominen, al no practicar la justicia, no lo son.
Por último Lledó nos dice, que vivir no se agota en hechos cotidianos, sino que vivir también es una cierta forma de esperanza.

domingo, 12 de abril de 2020

Naciste cuando el reinado de Alfonso XIII hacía aguas.Un nuevo tiempo se avecinaba. Cuando éste llegó, la II República, tenías dos años. Fueron tiempos difíciles. Tiempos de penurias y carencias en las familias de campesinos, donde con ocho años -me contaste en más de una ocasión - ya ayudabas a tus mayores en las tareas agrícolas y ganaderas. Con ojos perplejos veías lo que contaban de la cruenta guerra que por aquellos años asolaba al país. Cuando acabó esa pesadilla, solo tenías diez años, y te esperaba un largo período de hambre y penalidades. De ahí aprendiste  que cuando se come no se puede dejar nada en el plato, y así se lo enseñaste a tus nietos, mis hijos. Pasaron los años y tenías claro que los obreros y campesinos, solo tenían una manera de salir hacia adelante, mediante el trabajo. Llegaste a ser manijero en un cortijo, y según he sabido por boca de gente que trabajó contigo, repartías con justicia las peonadas que te dejaba administrar el amo. Te convertiste en un auténtico número 1 - hoy que tanto se llevan las clasificaciones - criando y vendiendo melones. Los melones del Finura eran famosos en el pueblo. El que empezara una pequeña industrialización en nuestra tierra, te salvó de marchar con tu familia a la Argentina a cultivar tierras, las que entonces el gobierno de aquel país entregaba a quien estuviese dispuesto a trabajarlas. Te salvó de partir allende los mares, la cementera de Alcalá primero y después la siderúrgica, donde trabajaste muchos años hasta la jubilación. Te recuerdo en ese período con unos brazos fuertes, musculosos, que levantaban a mis hijos casi sin esfuerzo cuando estos eran pequeños. En tu larga vida has pasado momentos muy duros, siendo el mayor de ellos , la muerte repentina de tu hijo Diego cuando éste solo contaba cuarenta años. Sufriste la pérdida y aguantaste esa cornada con entereza, quizá aliviada por el nacimiento de tus  seis biznietos. No vas a conocer al séptimo, pero sabes que va creciendo en el vientre de la mujer de tu nieto y que se llamará como tú, Diego. Curtido en mil batallas, la última no la has podido superar. Te ha vencido. Y el dolor de los tuyos se acrecienta al no haber podido estar a tu lado en los últimos momentos de tu vida. El maldito virus que ha visitado nuestras casas, residencias, hospitales y calles,  lo ha impedido, y la que ha podido estar, Rosario, tu mujer, lo hace en calidad no de acompañante, sino también postrada en una cama junto a la tuya, padeciendo la misma enfermedad. En tu despedida solo te han podido acompañar tres de tus hijos junto a sus parejas, el cuarto ya te esperaba en el cementerio desde hace quince años. Los tuyos estamos orgullosos de haber disfrutado durante tantos años de ti. Tus biznietos se acordarán de las historias que hayas podido contarles. Los más pequeños recordarán lo que sus abuelos y padres le cuenten de ti. Sofía, la más pequeña de todas, escuchará de su abuela Alcora, cómo su "abuelo Diego" (bisabuelo) preguntaba por ella porque con el confinamiento había dejado de verla. Cada vez que entraba la abuela Alcora por las puertas de la casa del bisabuelo Diego, éste le preguntaba por la niña. ¿Y la niña y la niña? La niña crecerá orgullosa de haber tenido un bisabuelo tan cariñoso y besucón, valores que dicen vamos a perder. Ya veremos. Los que no se imaginaron la devastación de esta epidemia, no están legitimados para decirnos lo que vendrá en un futuro. Descansa en paz, Diego Finura.