domingo, 12 de abril de 2020

Naciste cuando el reinado de Alfonso XIII hacía aguas.Un nuevo tiempo se avecinaba. Cuando éste llegó, la II República, tenías dos años. Fueron tiempos difíciles. Tiempos de penurias y carencias en las familias de campesinos, donde con ocho años -me contaste en más de una ocasión - ya ayudabas a tus mayores en las tareas agrícolas y ganaderas. Con ojos perplejos veías lo que contaban de la cruenta guerra que por aquellos años asolaba al país. Cuando acabó esa pesadilla, solo tenías diez años, y te esperaba un largo período de hambre y penalidades. De ahí aprendiste  que cuando se come no se puede dejar nada en el plato, y así se lo enseñaste a tus nietos, mis hijos. Pasaron los años y tenías claro que los obreros y campesinos, solo tenían una manera de salir hacia adelante, mediante el trabajo. Llegaste a ser manijero en un cortijo, y según he sabido por boca de gente que trabajó contigo, repartías con justicia las peonadas que te dejaba administrar el amo. Te convertiste en un auténtico número 1 - hoy que tanto se llevan las clasificaciones - criando y vendiendo melones. Los melones del Finura eran famosos en el pueblo. El que empezara una pequeña industrialización en nuestra tierra, te salvó de marchar con tu familia a la Argentina a cultivar tierras, las que entonces el gobierno de aquel país entregaba a quien estuviese dispuesto a trabajarlas. Te salvó de partir allende los mares, la cementera de Alcalá primero y después la siderúrgica, donde trabajaste muchos años hasta la jubilación. Te recuerdo en ese período con unos brazos fuertes, musculosos, que levantaban a mis hijos casi sin esfuerzo cuando estos eran pequeños. En tu larga vida has pasado momentos muy duros, siendo el mayor de ellos , la muerte repentina de tu hijo Diego cuando éste solo contaba cuarenta años. Sufriste la pérdida y aguantaste esa cornada con entereza, quizá aliviada por el nacimiento de tus  seis biznietos. No vas a conocer al séptimo, pero sabes que va creciendo en el vientre de la mujer de tu nieto y que se llamará como tú, Diego. Curtido en mil batallas, la última no la has podido superar. Te ha vencido. Y el dolor de los tuyos se acrecienta al no haber podido estar a tu lado en los últimos momentos de tu vida. El maldito virus que ha visitado nuestras casas, residencias, hospitales y calles,  lo ha impedido, y la que ha podido estar, Rosario, tu mujer, lo hace en calidad no de acompañante, sino también postrada en una cama junto a la tuya, padeciendo la misma enfermedad. En tu despedida solo te han podido acompañar tres de tus hijos junto a sus parejas, el cuarto ya te esperaba en el cementerio desde hace quince años. Los tuyos estamos orgullosos de haber disfrutado durante tantos años de ti. Tus biznietos se acordarán de las historias que hayas podido contarles. Los más pequeños recordarán lo que sus abuelos y padres le cuenten de ti. Sofía, la más pequeña de todas, escuchará de su abuela Alcora, cómo su "abuelo Diego" (bisabuelo) preguntaba por ella porque con el confinamiento había dejado de verla. Cada vez que entraba la abuela Alcora por las puertas de la casa del bisabuelo Diego, éste le preguntaba por la niña. ¿Y la niña y la niña? La niña crecerá orgullosa de haber tenido un bisabuelo tan cariñoso y besucón, valores que dicen vamos a perder. Ya veremos. Los que no se imaginaron la devastación de esta epidemia, no están legitimados para decirnos lo que vendrá en un futuro. Descansa en paz, Diego Finura.

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